
La enfermedad respiratoria crónica (ERC) en las aves de corral representa uno de los problemas sanitarios más comunes en granjas y criaderos, particularmente en regiones donde los cambios de clima y la humedad favorecen la proliferación de patógenos. Este padecimiento afecta principalmente a gallinas y pollos, reduciendo la productividad, la postura de huevos y la ganancia de peso, además de incrementar la mortalidad cuando se complica.
Su origen está estrechamente ligado al Mycoplasma gallisepticum, aunque suele agravarse con infecciones secundarias por bacterias como Escherichia coli o por la presencia de virus respiratorios.
La ERC no solo ocasiona pérdidas económicas, sino que también impacta el bienestar animal. Las aves enfermas disminuyen su consumo de alimento, muestran signos de sufrimiento y se vuelven más vulnerables a otras enfermedades. Por ello, comprender sus causas, sus formas de transmisión y las medidas para prevenirla y atenderla resulta esencial para cualquier productor avícola.
Causas y formas de transmisión
El principal agente de esta enfermedad, Mycoplasma gallisepticum, se transmite tanto por contacto directo entre aves como por la vía aérea en ambientes cerrados con mala ventilación. Una característica que la vuelve aún más problemática es su transmisión vertical, es decir, de la gallina infectada al pollito a través del huevo.
Además del agente infeccioso, la enfermedad suele desencadenarse en condiciones de estrés ambiental. La alta densidad de aves, la humedad excesiva, la acumulación de polvo y gases irritantes como el amoníaco, junto con cambios bruscos de temperatura, crean un entorno que facilita la diseminación del microorganismo. Por eso, más que una enfermedad aislada, la ERC debe entenderse como un problema multifactorial en el que las prácticas de manejo influyen tanto como el propio patógeno.
Síntomas más comunes
El cuadro clínico de la enfermedad respiratoria crónica puede identificarse a través de signos muy característicos. Las aves comienzan a estornudar y toser con frecuencia, presentan inflamación en los senos infraorbitarios que se manifiesta como ojos hinchados, y generan descargas nasales que varían de serosas a mucosas. También es común escuchar silbidos o ruidos en la respiración, observar una caída en el consumo de alimento y agua, y notar una reducción en la producción de huevos, que incluso pueden deformarse.
En pollos de engorda, el retraso en el crecimiento y la pérdida de peso son señales claras de que la enfermedad está presente. Cuando existen infecciones secundarias, los síntomas se intensifican y la mortalidad puede aumentar, lo que obliga a actuar con rapidez para evitar mayores pérdidas.
Prevención en granjas y criaderos
La clave para reducir la incidencia de la ERC está en la prevención. Una buena estrategia comienza con la correcta densidad poblacional: mantener un número adecuado de aves en los galpones evita la acumulación de agentes patógenos y reduce la transmisión entre individuos. Igualmente importante es garantizar una ventilación constante que permita renovar el aire y disminuir la presencia de polvo y gases irritantes.
La higiene juega un papel decisivo. Un programa de limpieza y desinfección regular en naves, bebederos, comederos y áreas de descanso previene la proliferación de microorganismos. Mantener la cama seca también es esencial, pues la humedad favorece la aparición de bacterias y hongos que debilitan a las aves.
A estas prácticas se suma la bioseguridad. Limitar el acceso de personas ajenas a la granja, controlar la entrada de aves silvestres y utilizar pediluvios o desinfectantes en el calzado ayuda a reducir la posibilidad de introducir patógenos. En algunas zonas, se recomienda además aplicar programas de vacunación contra Mycoplasma gallisepticum y virus respiratorios, siempre bajo la asesoría de un veterinario.
Finalmente, no debe olvidarse la importancia del manejo del estrés. Factores como el ruido excesivo, los cambios de temperatura o el trato brusco pueden debilitar el sistema inmunológico de las aves y predisponerlas a la enfermedad.
Atención de los casos en brotes
Cuando la enfermedad ya está presente, la respuesta debe ser inmediata. El primer paso es aislar a las aves enfermas para evitar el contagio del resto del lote. Posteriormente, un médico veterinario debe indicar el tratamiento más adecuado, que generalmente consiste en antibióticos específicos como tilosina, tetraciclinas o enrofloxacina. Estos medicamentos ayudan a controlar los síntomas y reducir la mortalidad, aunque no eliminan completamente al Mycoplasma, lo que significa que las aves tratadas pueden convertirse en portadoras.
El tratamiento se refuerza con la administración de vitaminas y minerales, en particular vitamina A y complejo B, que fortalecen las defensas naturales de las aves. En casos donde se detecta la participación de bacterias como E. coli, es recomendable realizar pruebas de sensibilidad bacteriana para seleccionar el antibiótico más efectivo.
Manejo integral y bioseguridad a largo plazo
Más allá de atender los brotes, lo fundamental es implementar un plan de manejo integral que reduzca la recurrencia de la enfermedad. Esto implica diseñar programas estrictos de bioseguridad, controlar el ingreso de nuevas aves a la granja solo después de una revisión sanitaria, y mantener un monitoreo constante de lotes reproductores para identificar portadores.
Igualmente importante es actualizar de manera periódica el plan sanitario de la granja, que debe incluir vacunaciones programadas y revisiones veterinarias regulares. Capacitar al personal en la detección temprana de síntomas también puede marcar la diferencia entre un brote controlado y uno que genere pérdidas masivas.
El uso indiscriminado de antibióticos no debe convertirse en la única estrategia de control. Si bien ayudan en el corto plazo, su abuso genera resistencia bacteriana y complica futuros tratamientos. Por ello, las medidas preventivas, el manejo ambiental adecuado y el fortalecimiento del sistema inmunológico de las aves son las herramientas más efectivas a largo plazo.
La enfermedad respiratoria crónica constituye un desafío constante para las granjas y criaderos, ya que compromete la salud de las aves y la rentabilidad de la producción. Sin embargo, mediante un enfoque preventivo que combine higiene, ventilación, bioseguridad y un manejo adecuado del estrés, es posible reducir significativamente su incidencia.
Cuando los brotes se presentan, la atención rápida y el acompañamiento veterinario son indispensables, pero el verdadero éxito radica en el trabajo preventivo y en la visión integral del manejo sanitario. De esta manera, se protege el bienestar animal y se asegura la estabilidad de la producción avícola.