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Los riesgos de las mascotas por beber agua polucionada

El acceso a agua limpia y segura es tan vital para nuestras mascotas como lo es para los seres humanos. Sin embargo, no siempre se presta la atención suficiente a este aspecto, lo que puede derivar en problemas graves de salud.

Perros, gatos y otros animales domésticos suelen beber de charcos, ríos, estanques o incluso de recipientes que no se limpian con regularidad, exponiéndose así a bacterias, parásitos y químicos dañinos. Ante cualquier signo de enfermedad relacionado con la ingesta de agua contaminada, la primera acción debe ser acudir al veterinario, ya que solo un profesional puede diagnosticar y tratar adecuadamente las complicaciones que surgen de este tipo de exposición.

Contaminación invisible pero peligrosa

El agua que aparenta estar clara no siempre es sinónimo de pureza. Existen distintos tipos de contaminación que pueden pasar inadvertidos. La más común es la biológica, que incluye bacterias como Escherichia coli, Salmonella o Leptospira, además de virus y parásitos intestinales que proliferan en aguas estancadas. Por otro lado, la contaminación química es aún más silenciosa: pesticidas, fertilizantes, detergentes o metales pesados que se filtran en ríos y suelos terminan siendo ingeridos por las mascotas sin que el dueño lo note. Incluso las algas azul-verdosas, que en ciertos estanques forman capas verdosas en la superficie, producen toxinas capaces de provocar vómitos, convulsiones y, en casos graves, la muerte.

Señales de alerta en las mascotas

Los efectos de beber agua polucionada varían según el tipo de contaminante, pero el cuerpo de los animales suele dar señales claras de que algo anda mal. El vómito y la diarrea son los síntomas más comunes, aunque también pueden presentarse fiebre, temblores, apatía y deshidratación. En casos más severos, la intoxicación se manifiesta con ictericia, debilidad muscular e incluso convulsiones. Reconocer estos signos a tiempo es fundamental, pues permiten actuar antes de que el daño sea irreversible.

Consecuencias que no deben subestimarse

Aunque algunos dueños creen que los animales “se curan solos”, lo cierto es que las secuelas de ingerir agua contaminada pueden acompañarlos toda la vida. La leptospirosis, por ejemplo, deja frecuentemente daños renales permanentes; la exposición a pesticidas o fertilizantes compromete el hígado, y los metales pesados o toxinas de algas afectan el sistema nervioso. No se trata únicamente de un malestar pasajero: una sola ingesta puede derivar en enfermedades crónicas o, en el peor de los casos, en la muerte del animal.

La prevención comienza en casa

Afortunadamente, muchos de estos riesgos pueden evitarse con medidas sencillas. Proporcionar agua fresca y limpia en recipientes higienizados es el primer paso, asegurándose de cambiarla diariamente para impedir la proliferación de bacterias. Durante los paseos, resulta recomendable llevar una botella de agua potable y un bebedero portátil para evitar que la mascota beba de charcos o cuerpos de agua estancados. También es importante supervisar el entorno: estanques, lagos o ríos que parecen seguros pueden contener contaminantes invisibles. Además, mantener los espacios del hogar libres de residuos como detergentes, aceites o pesticidas reduce la posibilidad de que esas sustancias lleguen al agua que consumen los animales.

Higiene y educación: pilares del cuidado

La prevención no solo depende de acciones puntuales, sino de la creación de hábitos. A menudo, el descuido de un bebedero expuesto al sol durante días o un balde de agua de lluvia olvidado en el patio se convierten en focos de infección. Por ello, es necesario que todos los miembros de la familia comprendan la importancia de la higiene y colaboren en mantener el agua siempre en buen estado. Además, informarse sobre las enfermedades transmitidas por el agua, como la leptospirosis, ayuda a dimensionar la magnitud del riesgo: no solo pone en peligro a los animales, sino también a los humanos que conviven con ellos.

Cuando el daño ya está hecho

A pesar de todas las precauciones, los accidentes pueden ocurrir. En esos casos, el tratamiento depende de la naturaleza del contaminante. Las infecciones bacterianas suelen requerir antibióticos y reposición de líquidos; las intoxicaciones químicas demandan antídotos específicos, protectores hepáticos e incluso diálisis; los parásitos intestinales se combaten con antiparasitarios y dietas blandas, mientras que las enfermedades virales requieren cuidados de soporte para mantener al animal hidratado y con energía suficiente. En todos los escenarios, la rapidez de la atención médica marca la diferencia entre la recuperación y el agravamiento del cuadro.

Una amenaza silenciosa que exige responsabilidad

El agua contaminada representa un enemigo silencioso que puede comprometer la vida de nuestros animales de compañía. Aunque resulte tentador permitir que un perro beba de un charco en medio de una caminata o que un gato tome agua de lluvia acumulada, lo cierto es que detrás de esas prácticas se esconde un riesgo enorme. Cuidar el agua que consumen no es un capricho, sino una medida de salud básica que refleja el compromiso del dueño con el bienestar de su mascota.

En definitiva, garantizar que nuestros compañeros peludos tengan acceso a agua limpia es una responsabilidad que no se puede pasar por alto. Y si alguna vez presentan síntomas extraños después de beber de una fuente dudosa, lo más sensato es actuar con rapidez. Consultar al veterinario no solo ofrece un diagnóstico certero, sino que puede salvar la vida del animal. Recordemos que el amor hacia nuestras mascotas se demuestra en los pequeños gestos de cuidado diario, y uno de los más importantes es asegurarles agua pura y segura.

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